Daniel Laureano [PE]
En lo profundo del Valle del Mantaro, en la sierra central del Perú, se erige un convento franciscano, hogar de los últimos frailes que custodian los ecos de una historia vivida. En tiempos coloniales, este convento fue punto de partida para las misiones de evangelización hacia la selva central, un lugar donde los frailes no solo encontraron un destino lejano, sino también un profundo cuestionamiento sobre su fe y su existencia.
OCUPI es el nombre de un rincón oculto dentro del convento, un espacio donde la selva, viva y palpante, se filtra desde el arte que decora las paredes. A través de las pinturas que cubren los muros del convento, la selva no es solo un paisaje lejano, sino un lugar de constante presencia, representado en sus colores vibrantes y escenas de vida cotidiana en la espesura de la selva alta. La flora y fauna selvática también son parte esencial del conocimiento guardado entre estos muros, ya que este convento fue un centro de estudio sobre la naturaleza del entorno selvático.
Los frailes que llegaron buscando evangelizar a los nativos, comenzaron a cuestionar su misión. Aquellos jóvenes, marcados por el vacío y el conflicto de la época colonial, encontraron en OCUPI no un espacio de salvación, sino un lugar de encuentro con su propia desesperanza, su sed de respuestas. La selva, con su caos y su biodiversidad infinita, los invitó a abandonar las certezas religiosas y abrazar la duda.
Hoy, en los pasillos musgosos del convento, el tiempo parece haberse detenido. Los pocos frailes que aún habitan el lugar son los últimos testigos de una historia olvidada, mientras que OCUPI sigue latiendo, aguardando el despertar de lo que una vez estuvo arrinconado, oculto en la memoria.
